La imagen es literalmente el negativo de la presencia; sólo puede encontrar un peso, un sentido, adquiriendo un tipo diferente de existencia: la existencia imaginaria del símbolo.
Robert Castel
De los fotógrafos cubanos que conozco, René Peña y Marta Maria Pérez pudieran estar entre los que han asumido con más convicción -y con mejores resultados- los riesgos de realizar una obra fotográfica que hace explícitas lo mismo la fragilidad de las identidades individuales que la inestabilidad de las identidades colectivas. En ambos casos estaríamos hablando de una obra en la que la representación refrenda una cierta autosuficiencia, para que la foto exhiba sin ambages su carácter artificial. Esto adquiere particular relevancia, tratándose de dos autores que se autofotografían y que hacen pasar este ejercicio por el filtro de la puesta en escena, el enmascaramiento y la ficción.
En mayor o menor grado, ambos fotógrafos han producido obras en las que el desdoblamiento viene asociado a una
relación crítica con la persona propia. Éste pudiera ser el mejor argumento para justificar que sus fotos
compartan el espacio de una galería, dentro de un mismo proyecto curatorial.
Lo primero que incita a asociar la obra de René Peña con la de Marta María Pérez es ese interés común por la
auto representación, con la consecuente centralidad que se le otorga al cuerpo y a las estrategias de marcado
del cuerpo. Todo lo que encontramos de desdoblamiento y de enmascaramiento en esos trabajos nos induce a
comprender que la representación de sí mismo no es completa si no se acepta como representación de otro. En el
caso de Peña, tanto como en el caso de Marta María, el cuerpo representado se exhibe como otro cuerpo, pero
también como el cuerpo de otro. Todo proceso de reafirmación de la identidad de ese cuerpo pasa entonces por un
doble proceso de alteridad/alteración y ajenidad/enajenación.
Esto tiene implicaciones muy específicas en lo que respecta a la relación de ambos autores con la psicología, la fisonomía y la simbología de la cultura negra en Cuba. El grueso de la obra de Marta María Pérez se ha basado en representaciones de su cuerpo en las que se infiltran las representaciones propias de la cultura afrocubana. Y podríamos decir que con esas representaciones es que Marta María ha construido su negativo. No sólo porque todo resulta en una oposición entre el cuerpo representado y el cuerpo de la autora, sino porque el propio espacio de la representación está lleno de oposiciones. Éstas se sostienen en una mezcla de referencias iconográficas que tocan lo mismo la iconografía cristiana que el imaginario espiritista o la simbología de la Regla de Ocha y que, en su eclecticismo, remiten igual a algunos modelos de diversas tradiciones figurativas y a varios paradigmas postmodernos de la fotografía, e incluso del performance.
Por su parte, René Peña ha insistido en dos estrategias complementarias: bien la exhibición de la piel negra o bien el uso de vestuarios, maquillajes (pero también poses y actitudes) que deberían ocultar (y, de alguna manera, asemantizar) los rasgos raciales y que terminan sin embargo realzándolos y haciéndolos más provocativos. El primer método se hace más enfático además por el uso discursivo que hace Peña de la contradicción entre lo blanco y lo negro, o entre lo claro y lo oscuro, en muchas de las fotografías que ha realizado desde su serie White Things (2000) hasta la fecha. El segundo procedimiento, puesto en práctica con mayor o menor sutileza en diversas obras a partir de la serie Dakota Blue (1995), se basa más en la parodia. En todo caso, la ironía y la subversión pasan también aquí por la construcción de un alter ego que puede ser entendido como una especie de negativo del autor.
En su serie más reciente (No son míos, 2007) Marta María Pérez está asumiendo esa construcción del alter ego de manera más estudiada. La importancia que tienen la cita y la apropiación en esas fotos me hace sentir que la frase «no son míos» puede ser aplicada primero que nada a esos retratos construidos por medio del montaje. Lo que ha hecho la autora es superponer el rostro de otras personas sobre su propio rostro. Esas personas no fueron escogidas al azar; son algunas gentes que fueron acusadas de cometer asesinatos y otros crímenes en nombre de la santería, a principios del siglo XX. Tienen una triple condición negativa: son criminales, son negros y están muertos.
«No son míos» en realidad significa: «esos muertos no me pertenecen». Aunque la obra de Marta siempre ha tenido como uno de sus rasgos más seductores la sugerencia de lo misterioso, creo que pocas veces ha hecho tan explícita la evocación de lo sobrenatural. Puede argüirse que obras anteriores, como Sólo se ve en sueños o Siempre me acompañan, estaban también aludiendo a la cercanía -e incluso los cruces- entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Pero No son míos lo hace de manera mucho más explicita e intensa, y con una mayor audacia en lo que respecta a la representación de un cuerpo físico que es atravesado por lo inmaterial, o una persona que es atravesada («habitada», diría Lezama) por una imagen.
Pasemos por alto, por un momento, que Marta María ha explorado las manifestaciones físicas y las relaciones simbólicas de diversos sistemas religiosos. Pasemos por alto también -aunque aquí se me hace más difícil- que René Peña tiene un discurso (discreto, pero evidente) sobre las relaciones interraciales y los estereotipos de género. De hecho, pasemos por alto los discursos. Lo que nos queda entonces es un grupo de obras que basan su efectividad dramática (en el caso de Marta María) y su capacidad de resistencia, subversión y provocación (en el caso de Peña) en el intercambio simbólico entre la persona y la imagen.
A la luz de ese intercambio es como mejor se percibe la paradójica condición de ser lo que no se es, o lo que no se quiere ser. Al titular este texto como Relaciones negativas, lo he hecho pensando precisamente en esa condición contradictoria. Pero lo he hecho teniendo en cuenta además las implicaciones que tiene lo negativo en el contexto fotográfico.
Toda fotografía parece nacer de su negación. Y toda realidad fotografiada llega a nosotros como su contrario. Pero es lo negativo (y no el negativo) lo que asocio a ese cruce entre lo estético y lo epistemológico, que
permite a la fotografía subrayar el carácter imaginario de nuestra experiencia de lo real y de nosotros mismos.
Es también en lo negativo donde localizo ese mecanismo primitivo que persiste en nuestra relación con la imagen, y que la fotografía parece haber reactivado. Me refiero al carácter mágico de la imagen, que con la fotografía encontró una funcionalidad acorde con las necesidades de la sociedad moderna. Esas necesidades, por cierto, no son solamente de comunicación y propaganda. Tienen que ver básicamente con la estabilidad de los grupos en torno a una serie de rituales y símbolos que, transitivamente, reafirman la posición del individuo frente a la naturaleza y frente a la sociedad; frente a Dios y frente a sí mismo; lo que es decir, siempre, frente a su contrario
Juan Antonio Molina
Texto original: Relaciones negativas. En Catálogo de la exposición René Peña y Marta María Pérez: Relaciones negativas. Galería Habana. La Habana, 2007