Noviembre 20, 2020
En mayo, iniciando el confinamiento, tuve el placer de conversar con la artista Marta María Pérez Bravo. La había conocido personalmente unos meses antes, cuando todavía era posible festejar sin miedo al contagio; la saludé con admiración y me respondió con calidez y risas.
Marta María es una de esas creadoras que me intrigaba, a través de catálogos, desde mi época de estudiante. Ahora, coincidiendo ambas en la Ciudad de México, le pedí atendiera mi curiosidad sobre esa labor maratónica de ser artista.
Marta María Pérez Bravo.
A raíz de tu llegada a México, ¿cómo aconteció tu proceso creativo, teniendo este una relación tan fuerte con los procesos culturales y religiosos cubanos?
En realidad, yo vine para acá y seguí trabajando igual, con las mismas condiciones, los mismos intereses, porque básicamente mi trabajo es 99 % estudios bibliográficos, libros, sobre todo de Lydia Cabrera. También conozco gente vinculada al mundo de la santería, a quienes les preguntaba y de quienes aprendía.
Venir para México no me afectó en lo absoluto, porque yo seguí leyendo, iba a Cuba muy a menudo, seguía igual. De hecho, el contexto mexicano a mí no me ha tocado. No lo digo en mala onda; en términos culturales no le ha aportado directamente a mi trabajo. Claro, desde el punto de vista conceptual y estético he aprendido muchas cosas, porque este país también es muy espiritual, aunque tiende más hacia lo católico.
Hasta el día de hoy seguí trabajando con los mismos temas. Aunque hace unos años que no trabajo tan directamente con la santería, sino más bien con el espiritismo, que, como tú sabes, también pertenece a ese mundo.
¿Cómo continuaste tu carrera desde México?
También puede sonar feo, pero quienes conocen mi trabajo aquí, es por exposiciones internacionales de mucho antes. Las exposiciones en las que he participado, en museos y espacios públicos más institucionales, son propuestas que vienen de afuera.
Por primera vez, en más de veinte años, me invitaron a hacer una exposición personal en México: fue en el Ex-Teresa Arte Actual, el año pasado. Yo no pertenezco a la vida social del mundo del arte en este país; en parte es mi culpa porque no voy a inauguraciones, excepto cuando expone algún amigo. Esa exposición fue más importante para mí que si me hubieran invitado a exponer en el MOMA. Apenitas es que salí a la luz, porque me invitaron por el evento de Foto México que estuvo dedicado a la mujer.
Respondiendo a tu pregunta: cuando llegué a México mi carrera mejoró, porque desde aquí tenía mejores condiciones de comunicación, de movimiento. Aquí tengo muchos amigos artistas, la gente me respeta, me quiere como artista.
¿Cómo lograste una carrera tan sólida desde La Habana?
Yo empecé en los años ochenta; me gradué del ISA en el 84. Estudié pintura en San Alejandro y luego en el ISA, pero a la hora de hacer la tesis me di cuenta de que la pintura no era el medio adecuado para mis intereses. Gracias a los cambios que hubo en el ISA desde el punto de vista del sistema de educación artística, aun habiendo estudiando pintura pude realizar mi tesis con obra fotográfica. Aunque, bueno, era una documentación de performance. Es la serie que está expuesta ahora en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana (MNBA). Quería hacer una exposición antológica, que comienza con obras de esa tesis a la que me refiero, hasta las obras más actuales.
Creo que aquellos tiempos fueron muy movidos, hubo muchos cambios, muchos artistas que revolucionaron el arte, como Flavio Garciandía y José Bedia. También el contexto, digamos sociopolítico, se revolucionó bastante. A mí me tocó esa época, y creo que mi trabajo de alguna manera fue también innovador, sobre todo para el contexto fotográfico, aunque yo no me considero fotógrafa.
Tuve quizá la suerte de poder participar directamente en esos cambios, muy importantes, que después siguieron las generaciones de los años noventa. Yo me considero más mitad ochenta y mitad noventa.
Marta María Pérez Bravo, Ilekes, 1998.
Firmeza, esa exposición instalada en el Museo Nacional de Bellas Artes desde hace unos meses, ¿es tu primera personal antológica?
Desde que vine para acá, he mantenido en La Habana una presencia constante. Cuando inauguró la galería La Casona expuse varias veces; expuse también en Villa Manuela. Fueron dos exposiciones personales no tan grandes, pero sí obras del momento.
La exposición del MNBA realmente ya me tocaba hacía mucho tiempo, pero bueno, quién sabe las razones por las cuales no fue posible antes. Precisamente por tratarse de ese museo, que es un lugar emblemático, quise hacer esa especie de antología. Había una sala bastante grande e hice una exposición retrospectiva, porque me parecía no solo que el lugar lo ameritaba, sino que también lo ameritaba mi carrera, sobre todo para la gente más joven, los que están estudiando. Han hecho tesis sobre mi obra, pero no me conocen, o hacen tesis con la obra de cierta época.
Eso quería: exponer obras que mucha gente no había visto antes. Sobre todo de la tesis de grado del 84. Aprovechar la oportunidad para que la gente tuviera una óptica más amplia de mi trabajo.
En la entrevista que diste al museo a raíz de esta exposición, hay una pregunta sobre la relación de tu obra con el feminismo, a la que respondías que en los noventa, cuando mostraste tu trabajo internacionalmente, las artistas enseguida encontraron una relación con el feminismo, pero que a ti no te interesaba en aquel momento ese tipo de discurso. ¿Cómo fue ser artista mujer en aquellos años, siendo además pareja de un artista?
La verdad es que no tengo una respuesta concreta para eso, porque nunca sentí, de otros artistas hacia mí, una diferencia por el hecho de ser mujer. En esa época, entre los egresados del ISA había por lo general menos mujeres que hombres, y yo decía: será porque hay como una especie de estigma, de que las mujeres que estudiaban arte debían estudiar piano o ballet, y quizás no tanto pintura. Entonces, era una carrera en la que había muy pocas mujeres, pero entre las que estudiaron conmigo, nunca se sintió una diferencia.
El hecho de ser pareja de otro artista condicionó el esfuerzo desde el punto de vista personal, pero no existía ningún tipo de competencia, ni si Flavio era mejor o más importante que yo. En lo absoluto. Al contrario, de Flavio recibí todo el apoyo del mundo y, la verdad, a él le debo muchísimo en el desarrollo de mi trabajo.
El feminismo no me interesaba en aquella época, porque para mí estaba claro que en Cuba los derechos de la mujer eran los mismos que los de los hombres. Nunca sentí la necesidad de demostrar el papel de la mujer en la sociedad. Para mí estaba claro que éramos iguales, no me interesaba esa temática feminista como tal.
El feminismo es de una intención muy activista. Ahora, al cabo de los años, reconozco que es importante y que hay que hacerlo. Ahora entiendo el feminismo de otra manera y lo apoyo absolutamente. Pero nunca me consideré feminista, porque pensaba que no tenía que demostrar que los hombres son peores o mejores, no me lo cuestioné nunca.
Marta María Pérez Bravo, Jura, 1999.
En 2017 participaste en la exposición de mujeres latinoamericanas más importante que se ha hecho, Radical Women: Latin American Art 1960-1985. En 2019, en Ex-Teresa Arte Actual, hiciste la exposición personal Un símbolo es una verdad, como parte de Foto México dedicado a la mujer. Yo llegué a México en el mismo año 2019, cuando el activismo feminista organizó manifestaciones trascendentales. Quería saber tu percepción sobre este contexto en particular. Para mí, viniendo de Cuba, donde el debate sobre feminismo es un muy incipiente, ha sido intenso llegar aquí y participar de esta atmósfera. ¿Cómo ha sido para ti? ¿Ha influido en tu carrera y en tu manera de entender el feminismo?
Radical Women fue muy importante para mí, estoy muy orgullosa de haber estado en esa exposición. Bueno, es lo que te decía: ahora yo sí lo comprendo, aunque no voy a una manifestación (pues me cansé de todas esas cosas públicas, de esas multitudes, ya de eso tuvimos bastante en la Plaza de la Revolución), mi visión del feminismo ha cambiado absolutamente, porque ahora lo entiendo. En este país el machismo es tremendo y apoyo todo este movimiento, lo veo con otra óptica. Pero eso no ha afectado, en el buen sentido, mi trabajo.
Como yo he tratado el tema de la maternidad, que es únicamente femenino, quizás me vinculan más rápidamente con el feminismo. Pero mi trabajo en relación a la maternidad partía de una experiencia personal. Esa experiencia personal tan fuerte que implica la maternidad. En ese momento no lo hice por razones feministas.
Pero me enorgullece y me parece bien, no niego esa posición, aunque yo lo que hago es arte y que cada cual interprete lo que crea. Hacemos nuestra obra, soltamos nuestras ideas y nuestras verdades al mundo para que la gente lo lea como entienda.
Radical Women es la invitación más importante que me han hecho. La lista de artistas de esa exposición fue impresionante. Mujeres radicales, mujeres que hicimos una obra importante desde el punto de vista social. Yo siento que mi obra sí marcó una diferencia en Cuba y en América Latina; mi trabajo lo ha demostrado, aunque yo no me lo haya propuesto, y me siento muy orgullosa de eso.
Dentro y fuera del mundo del arte, mi obra fue trascendente por la manera de ver a la mujer, el cuerpo, la relación con la religión. La gente se identificó mucho.
Tengo una anécdota muy bonita. En los noventa hice una exposición personal en Casa de las Américas, y una de las mujeres que cuidaba la sala se acercó a mí y me dijo: “esta exposición sí está buena”. Como diciendo: esto sí lo entendí. Que una persona sin estudios de arte me dijera eso, era el mejor elogio que podía recibir. Ella lo entendió. Claro, vinculado a la religión, pero el tema de la maternidad lo entendió perfectamente, y eso me encantó.
Y fíjate que en el espacio Ex-Teresa los cuidadores también tuvieron una relación muy linda conmigo, porque me preguntaban muchísimo antes de comentar la exposición al público, pero también por su propia curiosidad, y lo entendían todo muy bien. Pienso que eso es una especie de impacto social más allá del arte.
¿Cómo comenzó tu relación con la religión y cómo llegas a los libros de Lydia Cabrera, teniendo en cuenta que en las décadas de 1970 y 1980 estaban prohibidas esas prácticas religiosas en Cuba?
En los ochenta estaban prohibidas completamente. Pero ya no tanto al final de la década, cuando empecé a relacionarme con eso.
Empecé a relacionarme con este mundo por una experiencia personal que tuve, cuando una tía me dijo: “vamos a una santera”, pues mis niñas tuvieron un accidente y ella quería que las santiguaran. Y yo me acerqué a esta persona que hasta el día de hoy considero casi como mi segunda madre. Ahí fue que comenzó esa relación, porque en mi familia nadie tiene que ver con la santería.
Fíjate que todas estas obras que empecé a hacer, al principio, tenían que ver más bien con las supersticiones populares y las creencias, casi siempre con una vertiente católica, pero no de la rama negra. A partir de ahí empecé a investigar y a aprender, y el primer libro que leí fue El Monte,de Lydia Cabrera: para mí el libro más importante que se haya escrito sobre ese tema; me lo regaló Gerardo Mosquera, la edición cubana. Me lo he leído 100 veces.
Luego, viviendo fuera de Cuba, me dediqué a buscar los demás libros. Natalia Bolívar también es una estudiosa y tiene libros muy buenos. Empecé por Lydia Cabrera, pero leía todo lo que se publicaba. Ya después hubo mucha más apertura en Cuba.
¿En qué momento se empezó a divulgar más El Monte en Cuba?
Mosquera me lo regaló en los noventa. La editorial Letras Cubanas lo lanzó en 1989. La crisis dura de verdad fue cuando triunfó la Revolución. Al ratico, todos los años setenta, que fueron negros. Y se empezó a abrir un poquito en los ochenta.