Cualquiera puede ser el número, ¿no es cierto? Aunque a veces una manoinvisible se entretenga en mezclar sobre un mismo platillo lo fasto y lo nefasto, lo par y lo impar, en confundir el trazo de las cifras aprovechando loemborronado del pizarrón, la caída de los párpados. Quizás no sea el caso del 2. El 2 con sus finas alitas de colores, el 2 posándose, como se dice, de flor enflor con sus paticas empolvadas de oro. ¿No es éste ya un bello misterio? ¿Porqué pensar que ha sido un dios quien ha soplado dentro de tu sueño esteavioncito errático, quien ha dejado entrar este juguete de papel de China queahora vuela y revuela frente a ti como un pequeño rey que cree poderlo todo? Sí, cualquiera puede ser: el 2, el 5. Digamos que sea el 5, pero ¿cuál de ellos,Marta? No el de la estrella, que muestra con agresiva vanidad las barnizadaspúas de su mano, ni siquiera el amarillo 5 moviendo bajo el río sus zalamerascampanillas de miel, sino el 5 callado, el dulce 5 que ha salido despacio delconvento con su solemne hábito para inclinarse piadosamente junto al que va amorir, junto al que acaba de escuchar temblando la campana rajada del 8. ¿Del8 y no del 9? Porque esa noche el viento danzó vertiginosamente girandosiempre hacia la izquierda con su falda de nueve colores y sacudió con furia sunegra cola de caballo. Pudiste ver sus cruces. ¿Sería el 9 entonces? Así deequívoca es a veces esta aritmética del sueño, sobre todo cuando se trata derestar, es decir, de la muerte. Esa noche tampoco dejaron de ladrar los perros ysin embargo no era el doméstico 15, el 15 fiel, sino el sarnoso y amoratado 17quien olfateaba con ansiedad la carne pestilente. ¿No fue esa cifra la que tesusurró al oído con su gangosa voz el Viejo mujeriego? ¿O fue otra voz la queinsistía señalando en el cielo el medio redondel plateado que asusta a lasmareas? ¿A quién creer: al hermético Chino de la cachimba o a esa tropa dedioses volubles, venales, maliciosos? Nadie sabría decirlo. Es como si una máscomplicada lotería trocara todos los indicios, confundiera los signos de las cosaspara hacer más difícil el juego. ¿Cómo diferenciar al 10 del 18 si en un mismorelámpago de escamas uno y otro han cruzado por el agua estancada de tusiesta sin darte apenas tiempo a decidir? Unos pocos centímetros de más o demenos en el elástico espinazo es muy pobre argumento. ¿Recurrir a los cuatropedazos del 70 y esperar por la masa blanquísima de la felicidad, por elcóncavo sí, por Alafia? No daría resultado. El 4 se sentiría aludido y saldría seguramente de su castillo con su espada y su rayo para hacerte beber su rojovino, para disuadirte, para convencerte. O bien haría aparecer sus uñas defelino, los afilados dientes de su boca. La definitiva respuesta volvería aescabullirse con la sinuosidad del 21 y alzaría para siempre su alborotado vuelo la blanca majestad del 24, despertándote, Marta, haciéndote abrir por fin losojos. Mejor, como tú dices, sería esperar su voluntad, dejar este asunto en susmanos. Pero, ¿de qué voluntad y de qué manos estaríamos hablando?
Orlando Hernández
La Habana, 7 abril 1996